lunes, 17 de febrero de 2025

Martín Miguel de Güemes nacía hace 240 años.

 



Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte nació el 8 de febrero de 1785, en la ciudad de Salta.

fue  militar y cumplió destacadas, heróicas e históricas actuaciónes en las guerras de la independencia y civiles de la argentinas. 

Fue seis años gobernador de Salta y con casi nulos recursos libró una constante guerra defensiva, que quedó inmortalizada bajo el nombre de Guerra Gaucha, manteniendo, de esta manera, al resto del territorio argentino libre de invasiones realistas.






Familia e inicio de su carrera militar



Martín Miguel de Güemes fue criado en el seno de una familia acomodada. El padre, Gabriel de Güemes Montero, había nacido en Santander, Cantabria, España y era un hombre ilustrado que cumplía funciones de tesorero real de la corona española. Por su distendida posición material logró que su hijo tuviera una buena educación apoyado por maestros particulares que le enseñaron las tendencias filosóficas y científicas de aquellos tiempos. Por lo tanto su madre,  María Magdalena de Goyechea y la Corte, era de origen jujeño. 

Cuando adulto Don Martín Miguel de Güemes se casó en la Catedral de Salta con Carmen Puch, con quien tuvo tres hijos: Martín, Luis e Ignacio.


Cursó sus estudios primarios en Salta y alternaba la enseñanza formal con el de las labores campesinas en la finca donde residía con su familia. 

A los 14 años se sumó al Regimiento Fijo de Infantería, cuyo cuartel central estaba en Buenos Aires pero años antes habían decidido formar un batallón en Salta luego de la rebelión de Túpac Amaru II desde 1781.


Debido al temor del Virrey Rafael de Sobremonte que hubiera un ataque inglés, en 1805, Güemes fue enviado con su regimiento a Buenos Aires. 

Un año mas tarde se produjo el inicio de las invasiones inglesas y Güemes combatió en la Reconquista de Buenos Aires. 

En 1807 también participó de la Defensa de la ciudad y fue protagonista de una histórica hazaña: vió que un barco inglés había encallado por una bajante repentina del río pues se dirigió, hacia el lugar, liderando una carga de caballería y lo abordó. Este inusual hecho quedó registrado como una de las muy pocas veces en la historia que un buque de guerra fue capturado por una partida de caballería.


En 1808 enfermó de la garganta y le quedó una seria deficiencia al hablar. Comenzó a tener pronunciación gangosa de las palabras y pasó a ser víctima de burlas de sus compañeros. Todo parece indicar, según historiadores, que sufrió las complicaciones de la hemofilia, enfermedad ignota hasta ese momento. 

Debido a esto logró su traslado a su Salta.


Primera campaña al Alto Perú


Una vez acontecida la Revolución de Mayo de 1810, la Primera Junta lo envió a la Primera expedición auxiliadora rumbo al Alto Perú. Fue como integrante del Ejército del Norte, puesto al mando de un escuadrón gaucho en la Quebrada de Humahuaca como así también en los valles de Tarija y Lípez. Su tarea era impedir la comunicación entre los contrarrevolucionarios y los realistas altoperuanos. 

Mas tarde en la batalla de Suipacha, que se libró el 7 de noviembre de 1810 y que fue el único triunfo de las armas patriotas durante esta primera expedición, su participación, ya como capitán, fue trascendente.


Se que en la Quebrada hasta después de la derrota de los ejércitos de las provincias "de abajo" en la Batalla de Huaqui, el 19 de junio de 1811 y ayudó a los derrotados que huían; allí inició su famosa guerra de recursos, con la que se presume retrasó el avance de los realistas antes de la llegada del ejército principal al mando del general Pío Tristán.


Su colaboración para con el general Juan Martín de Pueyrredón para que este pueda atravesar la selva oranense y salvar los caudales de la Ceca de Potosí, que estaba en poder de los realistas, fue vital.


El 18 de enero de 1812 recuperó Tarija para los patriotas, como subordinado de Eustoquio Díaz Vélez. La ciudad había caído dominada por partidarios del virrey del Perú, José Fernando de Abascal. A los que hizo frente con 300 hombres, 500 fusiles y dos cañones. 

Obligó a los revolucionarios a retirarse con rumbo a San Salvador de Jujuy debido al avance de las tropas realistas numéricamente superiores que comandaba José Manuel de Goyeneche.


Cuando el general Manuel Belgrano asumió el mando del Ejército del Norte e inició la Segunda expedición auxiliadora al Alto Perú ordenó su traslado por indisciplina, causada por un discusión sobre mujeres entre oficiales bajo su mando. Permaneció en Buenos Aires, agregado al Estado Mayor General.


Inicio de la Guerra Gaucha


Al conocerse en Buenos Aires el desastre patriota de la batalla de Ayohuma, Güemes fue ascendido a teniente coronel y enviado al norte, como jefe de las fuerzas de caballería de José de San Martín, nuevo comandante del Ejército del Norte. En esta Tercera expedición auxiliadora al Alto Perú se hizo cargo de la vanguardia del ejército reemplazando en ese puesto a Manuel Dorrego, otro oficial brillante que había sido desterrado por problemas de disciplina.


Se presentó en Salta como el protector de los pobres y el más decidido partidario de la revolución. Pero aun así, no logró nuevos aportes de recursos de parte de los sectores adinerados. Contó con su hermana María Magdalena "Macacha" Güemes como una de sus principales colaboradores.


San Martín le encomendó el mando de la avanzada del río Pasaje (o río Juramento, porque en sus márgenes el general Belgrano había hecho jurar obediencia al gobierno de Buenos Aires, la Asamblea del Año XIII, y a la Bandera Nacional). Poco después, asumía también el mando de las partidas que operaban en el Valle de Lerma en el que está situada la ciudad de Salta. De este modo iniciaba la Guerra Gaucha, ayudado por otros caudillejos, como Luis Burela, Saravia, José Ignacio Gorriti o Pablo Latorre. Ésta fue una larga serie de enfrentamientos casi diarios, apenas cortos tiroteos seguidos de retiradas. En esas condiciones, unas fuerzas poco disciplinadas y mal equipadas pero apoyadas por la población podían hacer mucho daño a un ejército regular de invasión.


Con sus tropas formadas por gauchos del campo, rechazó el avance del general Joaquín de la Pezuela y posibilitó el inicio de un nuevo avance hacia el Alto Perú. Bajo el mando del general José Rondeau tuvo un papel destacado en la victoria de batalla de Puesto del Marqués. Pero, indignado por el desprecio que mostraba éste por sus fuerzas y por la indisciplina del ejército, se retiró del frente hacia Jujuy. Daba por descontada la derrota del Ejército del Norte en esas condiciones y, en ese caso, necesitaría a sus hombres. Al pasar por Jujuy se adueñó del armamento de reserva del ejército; al enterarse, Rondeau -que era también el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata- lo declaró traidor.


Gobernador de Salta



 

La vuelta de Güemes a Salta se debía, además de motivaciones militares, también a razones políticas, que se sumaban a sus propias aspiraciones al poder, ya que deseaba desplazar al partido conservador del gobierno salteño.


La noticia de la caída del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Carlos María de Alvear le quitó autoridad al gobernador intendente Hilarión de la Quintana. Por otra parte, Quintana no estaba en Salta, sino que había acompañado a Rondeau -que había sido nombrado Director Supremo, aunque reemplazado interinamente por un sustituto- en su avance hacia el Alto Perú.


Cuando llegó a Salta, el pueblo salió a la calle y pidió al cabildo el nombramiento de un gobernador, sin participación del Directorio. Además de ser el único candidato a la vista, Güemes tenía a su favor la presencia de su hermano, el doctor Juan Manuel Güemes, como uno de los miembros del cabildo para ese año. Éste eligió a Martín Miguel de Güemes con el título de Gobernador Intendente de Salta, jurisdicción integrada entonces por las ciudades de Salta, Jujuy, Tarija, San Ramón de la Nueva Orán y varios distritos de campaña. Era la primera vez que las autoridades de Salta eran elegidas por los propios salteños desde 1810 lo que significó la autonomía de Salta en franca desobediencia a la autoridad del Directorio.


Pero el Cabildo de Jujuy no lo reconoció como gobernador. Frente a esta negativa y aduciendo la amenaza de un ataque realista sobre la ciudad, avanzó con sus tropas hasta Jujuy, con lo que presionó a sus habitantes y de esta forma logró hacer que el cabildo lo aceptara. De todos modos, el teniente de gobernador local, Mariano de Gordaliza no podía ser considerado un subordinado complaciente de Güemes.


Dos semanas después de asumir el gobierno, Güemes contrajo matrimonio con Carmen Puch, miembro de una acaudalada familia con intereses en Rosario de la Frontera.


Poco después de su llegada al poder y de saber la reacción negativa de Rondeau, llegó a Tucumán una fuerza desde Buenos Aires que iba en apoyo del Ejército del Norte, al mando de Domingo French. Pero como éste tenía instrucciones de derrocar a Güemes al pasar por Salta, le negó el paso hasta que lo hubo reconocido como gobernador. Pero ya era tarde: cuando llegaron a Humahuaca, se enteraron de la derrota de las fuerzas patriotas comandadas por Rondeau en la Batalla de Sipe Sipe, el 29 de noviembre de 1815. Este nuevo triunfo de los realistas significó la pérdida definitiva del Alto Perú debido a las ambiciones personales de Rondeau y de Güemes.


Rondeau, enfurecido con Güemes por la revolución en Salta y por haberle impedido llegar refuerzos, retrocedió a Jujuy. Con apoyo del teniente de gobernador Gordaliza, se trasladó hasta Salta y ocupó la ciudad. Pero en seguida se vio rodeado por las guerrillas gauchas y tuvo que capitular, firmando con Güemes un Tratado en Cerrillos, reconociéndolo como gobernador y encargándole la defensa de la frontera. Poco después, Rondeau era reemplazado por Belgrano en el Ejército del Norte, y por Pueyrredón en el Directorio. Pero no habría más expediciones al Alto Perú.


Entonces las milicias gauchas al mando del salteño pasaron a desempeñarse como ejército en operaciones continuas.


Las invasiones realistas


Güemes y sus gauchos detuvieron otras seis poderosas invasiones al mando de destacados jefes españoles. La primera fue la del experimentado mariscal José de la Serna e Hinojosa, el cual, al mando de 5.500 veteranos de guerra, partió de Lima asegurando que con ellos recuperaría Buenos Aires para España. Después de derrotar y ejecutar a los coroneles Manuel Ascensio Padilla e Ignacio Warnes, ocupó Tarija, Jujuy y Salta y los pueblos de Cerrillos y Rosario de Lerma. Pero Güemes lo dejó incomunicado con sus bases ocupando Humahuaca, venció a uno de sus regimientos en San Pedrito y dejó sin víveres la capital de la provincia. De la Serna tuvo que retirarse, hostigado todo el tiempo por las partidas gauchas.


Meses después, el general Pedro de Olañeta, enemigo acérrimo del salteño, volvió al ataque y capturó al más importante de los segundos de Güemes, el general Juan José Feliciano Alejo Fernández Campero, popularmente conocido como el Marqués de Yavi, jefe de la defensa de la Puna. Pero no pudo pasar más allá de Jujuy.


Toda la población participaba en la lucha: los hombres actuando como guerreros, mientras que las mujeres, los niños y los ancianos lo hacían como espías o mensajeros. Las emboscadas se repetían en las avanzadas de las fuerzas de ataque, pero más aún en la retaguardia y en las vías de aprovisionamiento. Cuando los realistas se acercaban a un pueblo o a una hacienda, los habitantes huían con todos los víveres, el ganado, cualquier cosa que pudiese ser útil al enemigo. Esta clase de lucha arruinó la economía salteña, pero nadie se quejaba, al menos en las clases populares. Jamás obtuvo apoyo económico del gobierno del Directorio y la ayuda que le prestó el Ejército del Norte fue muy limitada, por lo cual, decidiría legalizar monedas privadas locales circulantes desde 1817 que se extendían por todo el noroeste argentino


El área patriota del noroeste incluía los territorios de Atacama (desde hacía un año), Tarija desde el 15 de abril de 1817, luego de la derrota realista en la batalla de La Tablada de Tolomosa, siendo el comandante independentista Gregorio Aráoz de Lamadrid, apoyado por las fuerzas gauchas locales comandadas por Francisco Pérez de Uriondo, Eustaquio Méndez y José María Avilés, y desde el 11 de junio de este último año, también al territorio de Chichas. Aunque poco después sufrirían una nueva invasión realista desde el norte en 1818, dirigida por Olañeta y Valdés, y otra más en 1819, mandada por Olañeta.


La más importante fue la que mandó el segundo de De la Serna, general Juan Ramírez Orozco que en junio de 1820 avanzó con 6.500 hombres. En todas éstas obligó a su enemigo a retroceder después de haber tomado Salta y Jujuy.


Si bien la estructura militar de entonces no contemplaba un Estado Mayor, en la práctica Güemes contaba con cuadros superiores organizados, entre los que se encontraban Fernández Campero, el coronel Pérez de Uriondo, responsable militar de Tarija, el coronel Manuel Arias, a cargo de Orán, y el coronel José María Pérez de Urdininea, proveniente de las filas del Ejército del Norte, en Humahuaca. En el valle de Jujuy estuvieron los coroneles Domingo Arenas en Perico y el teniente coronel Eustaquio Medina, a cargo del río Negro. Más movilidad tenían otros jefes, como José Ignacio Gorriti, Pablo Latorre o José Antonio Rojas. El frente de combate a su cargo tenía una extensión de más de setecientos kilómetros, desde Volcán hasta más allá de San Ramón de la Nueva Orán, y se conoció como Línea del Pasaje.


El papel de Güemes en el conjunto era el de organizar la estrategia general y financiarla. Pero tenía un detalle curioso: sus hombres se hubieran hecho matar por él, pero él mismo nunca entraba en combate. En realidad nunca se lo reprocharon ni le exigieron que los acompañara. Por esta causa es que sus enemigos y los historiadores del siglo XIX lo acusaran de cobarde, no siéndolo, ya que era hemofílico. Cualquier herida le hubiera causado la muerte, de hecho, una herida sin importancia lo haría perecer desangrado.


El último año de Güemes


Güemes había conversado con San Martín sobre las ideas de atacar Perú desde Chile. Pero San Martín necesitaba tener las espaldas cubiertas, con fuerzas activas en la frontera norte de Salta, para mantener ocupados los ejércitos realistas muy lejos de Lima. La persona más indicada para dirigir esas operaciones era Güemes, y San Martín lo nombró General en Jefe del Ejército de Observación. El salteño estaba continuamente informado sobre los movimientos de San Martín en la campaña del Pacífico, y cuando éste desembarcó en la costa peruana, decidió avanzar hacia el Alto Perú.


Pero ya no podía contar con el Ejército del Norte, del que sólo quedaba una pequeña división al mando del coronel Alejandro Heredia (que estaba a órdenes de Güemes), y algunas armas en Tucumán. Pero éstas estaban en poder del gobernador Bernabé Aráoz, que las estaba usando para tratar de volver a la provincia de Santiago del Estero a la obediencia a su gobierno.


A principios de 1821, el gobernador de Santiago del Estero, Juan Felipe Ibarra, pidió auxilio a Güemes, y éste invadió Tucumán, más para apoderarse de las armas que necesitaba que por solidaridad. La expedición salteña se componía de 2.000 hombres provenientes de Salta, San Carlos y Rosario de la Frontera, saliendo rumbo a Tucumán en febrero; por la amenaza realista, las milicias de Jujuy no participaron en la acción.4 Pero el ejército salteño y santiagueño, al mando de Heredia (tucumano) e Ibarra, fue derrotado por el tucumano al mando de Manuel Arias (salteño) y Abraham González en la batalla de Rincón de Marlopa (3 de abril). Otra columna salteña tuvo éxito en expulsar a los partidarios de Aráoz de Catamarca, aunque el tucumano la recuperaría poco después su República de Tucumán desaparecería definitivamente en agosto.


El cabildo de Salta, formado por las clases altas de la ciudad, cansadas de pagar las contribuciones forzosas que exigía Güemes, aprovechando la ausencia del caudillo, lo acusó de “tirano” y lo declaró depuesto. Muchos de sus miembros se habían puesto de acuerdo con el general español Olañeta para entregarle la ciudad. Güemes regresó sin prisa, ocupó pacíficamente la ciudad, y perdonó a los revolucionarios. Ésa fue la llamada "Revolución del Comercio"; aunque fracasada, dio inicio a un partido de oposición, conocido como "Patria Nueva", en oposición a la "Patria Vieja", es decir, al partido de Güemes.


Pero no todo había terminado: Olañeta ya estaba en camino, y mandó al coronel “Barbarucho” Valdez por un camino desierto de la Puna, acompañado por miembros de la familia realista Archondo. El coronel Valdez era un español nativo de Valencia, radicado desde hacía décadas en la región y con experiencia en arriar y robar ganado, oficios que le permitieron conocer múltiples senderos poco transitados.



 

El 6 de junio, Valdez ocupó la ciudad de Salta, y al salir a combatirlo, Güemes fue herido por una bala. Siguió a caballo hasta una hacienda a dos leguas de la ciudad. Pero su herida —como cualquier herida profunda de un hemofílico— nunca cicatrizó.


Murió diez días después, el 17 de junio de 1821, a los 36 años de edad. En el momento de su muerte, en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta, yacía a la intemperie, en un catre improvisado por el Capitán de Gauchos Mateo Ríos, luego su cadáver fue inhumado en la Capilla del Chamical. Martín Miguel de Güemes fue el único general argentino caído en acción de guerra exterior.


Desde que supo de la muerte de su esposo, Carmen Puch se encerró en su habitación, y se cree que se dejó morir de hambre.


La gloria póstuma



Apenas unas semanas después de su muerte, sus hombres obligaron al ejército español a evacuar Salta; la guerra gaucha seguía en pie. Fue la última invasión realista al norte argentino, con lo que Güemes —aunque no llegó a verlo— finalmente venció a sus enemigos.


Estratégicamente, la actuación de Güemes en la guerra de la Independencia argentina fue crucial: sin su desesperada resistencia, no hubiera sido posible defender el norte del país después de tres derrotas, ni hubieran sido posibles las campañas de San Martín. Bajo su mando, las ciudades de Salta y Jujuy y su campaña defendieron al resto de la Argentina sin ayuda exterior.


Sin embargo, en Buenos Aires no era visto así: la noticia de su muerte fue publicada bajo el título "Ya tenemos un cacique menos"; el artículo que lo anunciaba demostraba más alivio por la muerte de un enemigo ideológico que pesar por la pérdida de la ciudad de Salta en manos realistas.


Durante la mayor parte del siglo XIX, tanto en Salta como en el resto de la Argentina, la figura de Güemes fue interpretada solamente como la de un caudillo que había soliviantado a las masas campesinas contra las clases altas de la sociedad, un "pecado" que el patriotismo demostrado a lo largo de su carrera militar no alcanzaba a compensar. Sólo a principios del siglo XX, esa imagen comenzó a cambiar a través de su más conocido biógrafo: Bernardo Frías presentó la vida de un jefe militar y político patriótico y desinteresado, capaz de movilizar a la masas en contra del enemigo; aunque no intentó librarse de la visión elitista de la sociedad, ya que mostraba poco aprecio por sus gauchos. Sólo a partir de ese momento, Güemes comenzó a aparecer como el esforzado y heroico jefe de la frontera norte, héroe absoluto de la provincia de Salta.



Su gesta militar fue recordada por el escritor Leopoldo Lugones como la Guerra Gaucha, nombre con que se la conoce desde entonces. Una de sus biografías más extensas es la de Atilio Cornejo, que sigue la línea tradicional, así como la monumental obra "Güemes documentado", de su descendiente Luis Güemes, en 13 tomos.


En el último tercio del siglo XX, comenzó también a verse a Güemes como un protector de los pobres de su provincia, coincidiendo con estudios similares respecto de los caudillos federales. Solamente a principios del siglo XXI comenzaron a ser estudiadas en profundidad las características políticas de su gobierno, la estructura de lealtades en que se apoyaba y las razones de sus enemigos internos. En su honor la sala de comisiones de la Cámara de Diputados de Salta lleva su nombre. También la Escuela de Gendarmería Nacional “General Don Martín Miguel de Güemes” en Campo de Mayo.


A principios del siglo XXI, una agrupación política utiliza el nombre de Güemes como patronímico.


Sus restos descansan junto a los de su esposa en el Panteón de las Glorias del Norte de la República, ubicado en la Catedral Basílica de Salta.

viernes, 23 de junio de 2023

Juan Domingo Perón hablaba, en la cancha de Newell´s Old Boys (Rosario), hace 79 años.

 



DISCURSO EN EL ESTADIO DEL CLUB NEWELL´S OLD BOYS, DE ROSARIO, ANTE UNA CONCENTRACION DE OBREROS Y EMPLEADOS Juan Domingo Perón [23 de Junio de 1944]



Trabajadores rosarinos: La inauguración del Hospital Regional para los Ferroviarios, me proporciona el placer de este nuevo contacto con los trabajadores de Rosario, que en diciembre del ´43 me otorgaban ese título de “Primer Trabajador Argentino”, que exhibo con el mismo orgullo que proclamo mi condición del soldado y mi dignidad de ciudadano.

Pero más que eso, que sólo puede interesarme personalmente, la masa obrera de esta ciudad satisfecha de poderío industrial, está estrechamente vinculada a la labor social de la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Les correspondió formar en la vanguardia en esta gran batalla que está culminando en una victoria sin precedentes en el campo social argentino y de la que hoy mismo podemos palpar sus beneficios. Porque fue precisamente de aquí, de esta urbe populosa, que comenzó a redimirse del pecado de sus antiguas convulsiones rojizas, de donde partió la primera palabra de estímulo y de aliento que llegó hasta un gobierno que iniciaba entre el escepticismo de un pueblo reiteradamente defraudado, el programa de las reivindicaciones sociales, que fueron, son y serán, sus propósitos irrenunciables.

Desde estas márgenes del río indio, surgió un día la iniciativa que se transformó más tarde en el decreto que permitió afincar sobre la tierra amiga, a los chacareros amenazados de desalojo por las haciendas valorizadas.

La colaboración entusiasta de los dirigentes agrarios, permitió al Estado acelerar las medidas que aseguraron la adquisición de las cosechas, la rebaja de los arrendamientos rurales y una retribución más digna a esas decenas de miles de olvidados braceros.

Los propios periodistas rosarinos, representado a toda la prensa del interior del país en el seno de la Comisión encargada de redactar el Estatuto profesional, dieron una magnífica lección de conciencia gremial al asumir la defensa del derecho a mejorar las condiciones de vida y de trabajo de esos millares de intelectuales que van dejando a diario sus ideas y sus energías en el torrente de papel impreso. 

Pero hay algo mas que vincula la masa laboriosa rosarina a la obra de la Secretaría de Trabajo, que inició entre vosotros el cumplimiento de su cometido con la primera reivindicación ferroviaria. Aquel fue nuestro bautismo social y el punto de partida de esa lucha que transformaría en ese mismo instante el 4 de junio, episodio heroico de un pueblo viril, en un acontecimiento cuya trascendencia histórica sobrepasa ya las fronteras continentales.

Nuestra revolución, que es la vuestra, comienza entonces, mucho más allá de la toma del poder, que no puede ser la meta, sino el punto de partida de toda acción revolucionaria. Sin esta otra batalla, mucho más recia que la librada para derribar un gobierno tambaleante, no hubiéramos podido imponer la justicia social ni defender a los que sufren y a los que trabajan para amasar la grandeza de la patria.

Nos bastaría con hacer una pausa en el camino, para darnos cuenta de la enorme diferencia que media entre el sacrificio por imponer el movimiento revolucionario y el que cumplimos por imponer el movimiento social. Pero preferimos no detener la marcha.

Es necesario seguir mirando hacia delante.

Han transcurrido desde aquel momento, poco más de ocho meses de tiempo. Ocho meses de lucha sin cuartel y sin tregua, de la que desertaron unos o fueron quedando los más débiles y los menos dotados, mientras las masas se incorporaban, por eso no estamos disconformes con el resultado. Un balance sereno de los acontecimientos nos permite hacer esta afirmación categórica: hemos avanzado mucho en el terreno social, avance que no es sólo de extensión, sino de profundidad, de conciencia, de pueblo.

Aquel grupo de entusiastas ferroviarios rosarinos, que proclamaba su apoyo al estado revolucionario en diciembre del ´43, se ha convertido en millones de voluntades erguidas que apuntalan con su energía tremenda, esta era de política social argentina, que entró, hace ya rato en la época de las realizaciones fecundas. Asistimos a un verdadero despertar de la adormecida conciencia nacional.

La Revolución, después de sacudir las grandes masas ciudades campesinas, penetra resueltamente e el infierno de los obrajes, de salinas y de los ingenios, donde millares de trabajadores olvidados, sienten por primera vez la satisfacción de saberse escuchados, de sentirse protegidos y el orgullo de ser argentinos.

La extensión revolucionaria se cumple inflexiblemente y se seguirá cumpliendo, porque una voluntad inquebrantable la impulsará hasta el día en que nadie, en esta tierra que la naturaleza dotó tan espléndidamente, sufra la angustia de sentirse socialmente olvidado.

Estamos sin embargo, muy lejos de ese momento ideal por cuyo advenimiento trabajamos cariñosamente. Somos Demasiados realistas para creer que las conquistas logradas, cuyos beneficios se extienden en estos momentos a millones de trabajadores argentinos, han complacido las exigencias de nuestro pueblo. Sabemos que siguen existiendo hogares sin techo y mesas sin pan en esta tierra donde se pierde millones de toneladas de trigo hacinadas en el vientre de los elevadores, en las pillas gigantescas de las estaciones ferroviarias o en los propios rastrojos. Lo sabemos y tratamos de resolverlo.

En nuestra acción no caben ni el pesimismo desalentador, ni el optimismo excesivo, sólo estamos seguros de hacer, de realizar algo a favor a nuestros semejantes que más lo necesitan y eso nos basta. La colaboración de todos, facilitará esta tarea de beneficio colectivo, a cuyo logro nadie podrá oponerse.

Es menester acostumbrarse definitivamente a acatar toda disposición referente al trabajo, porque el Estado además de castigar con inflexibilidad su incumplimiento, antepondrá siempre esa exigencia, al otorgamiento de cualquier beneficio. No estamos dispuestos a permitir la subsistencia de ese contrasentido inexplicable, que hace que el Estado financiero conceda créditos, otorgue concesiones de explotación, adjudique licitaciones oficiales por millones de pesos, facilite vagones o bodegas de transporte, entregue combustible o favorezca con publicación oficial a empresas o patrones que no cumplan sus deberes para con la sociedad. La fábrica, el obraje, la mina del molino, o el establecimiento que se encuentre fuera de las leyes del Trabajo, no puede gozar de ninguno de los beneficios que concede el Estado. Hay que tratarlos como enemigos sociales. Hacer lo contrario, sería tan torpe como financiar la contrarrevolución, y eso, ni nosotros, ni la masa trabajadora argentina podremos estar dispuestos a tolerarlo, de la misma manera que no estamos dispuestos a tolerarlo, de la misma manera que no estamos dispuestos a que nadie discuta o desconozca la autoridad del Estado, para intervenir o decidir los conflictos entre capital y trabajo, ni sus determinaciones, ni su justicia, ni las escisiones gremiales o la intromisión de elementos ajenos en los sindicatos.

Propugnamos la unión obrera y ahí están los ferroviarios, los gráficos y los periodistas, demostrando las ventajas de esa unidad. Solamente pueden querer la división de los gremios, los que están interesados en debilitarlos y medrar a su sombra. No necesitan protectores ni conductores ideológicos. Nuestra masa trabajadora en consciente y capaz y puede y debe dirigirse sola. Y así lo exigiremos, porque no estamos dispuestos a permitir que ningún elemento extraño se enquiste en el cuerpo fuerte de los organismos sindicales, para medrar en su perjuicio y traicionar sus intereses.

Todas las determinaciones emanan de las autoridades del Trabajo, son de estricta justicia. En nuestros métodos no entran ni los favoritismos ni las percusiones, porque nuestro propósito es el de fortalecer y el de crear nuevas fuentes de trabajo. Y no de cegarlas.

No improvisamos tampoco. Cuando imponemos un aumento en la retribución de los obreros, es porque hemos examinado minuciosamente antes la capacidad de pago y el margen de beneficios de las empresas. En este aspecto hemos roto definitivamente con los sistemas del pasado, que supeditaban siempre el otorgamiento de tal o cual reivindicación obrera a la concesión de nuevos beneficios, que siempre superaban en millones a las obligaciones impuestas.

No hemos podido comprender nunca por qué, invariablemente, el aumento en los salarios de doscientos mil trabajadores del riel, estaba ligado a un aumento en las tarifas que debían pagar catorce millones de habitantes.

Tampoco nos podemos explicar aún la razón que imponía siempre junto con el aumento en los salarios de los panaderos, un aumento simultáneo en el previo del trigo. Hay que terminar definitivamente con este contrasentido que se ha hecho una norma que permite establecer simultáneamente la necesidad real de un aumento en los jornales, y un aumento artificioso en el costo de la vida. Aumentar los salarios y aumentar los precios es nivelar la miseria, esa miseria que precisamente queremos desterrar de este suelo prodigiosamente rico.

Lograremos nuestros propósitos. La unidad de miras del actual gobierno permitirá romper ese círculo vicioso, que podría simbolizar muy bien la política social de un pasado con el que no queremos tener ningún punto de contacto, ni ningún nexo de continuidad.

Una sincronización exacta de cada uno de los organismos del gobierno, evitará en lo futuro que los beneficios concedidos por un lado, queden neutralizados por otro, en la prosecución de un equilibrio que no es precisamente ese equilibrio que no es precisamente ese equilibrio de bienestar que nosotros buscamos en esta lucha sin tregua en que estamos empeñados. No combatimos la riqueza, ni el capital, buscamos una justicia retributiva y opondremos una energía despiadada a la explotación del hombre por el hombre.

Nos oponemos nosotros y os debeís oponer vosotros, trabajadores argentinos. 

La Revolución cumple sus etapas en los diversos órdenes. Los soldados que salieron un día de sus cuarteles atraídos por el clamor del hombre de la calle, del taller y del campo, que fue a golpear sus puertas en demanda de justicia, cumplen un imperativo social irrenunciable. Nuestra revolución es eminentemente social; nosotros dejaremos en vuestras manos de trabajadores, una revolución cuyas conquistas han adelantado socialmente a la Argentina en cincuenta años.

Vosotros sois los encargados de defenderlas, porque los enemigos sociales acechan en la sombra un momento inevitable de transición para desconocerlas y burlaros. Es de vosotros y no de nosotros de quien depende la permanencia y el progreso de este movimiento social que devuelve la suprema dignidad al trabajo y a los trabajadores de la patria. Esas conquistas no pueden ni deben desaparecer. Debe codificarse ese nuevo derecho, plebiscitado ya por millones de trabajadores argentinos.

Los fueros de esta nueva justicia, instaurada por nosotros, realista y humana, deben subsistir. Y sé que subsistirán, no solo para nosotros, sino para nuestros hijos, para quienes no queremos esa herencia de miserables egoísmos y explotación humana.

La conquista social no se discute, se defiende. Las masas trabajadoras argentinas, con su extraordinario instinto, han descubierto ya donde se encuentra la verdad y donde se esconden la insidia y la falsía.

Esta es una revolución del pueblo y para el pueblo. Los que piensan lo contrario. Millones de argentinos se agrupan ya detrás de la bandera de la Revolución, que es la de la Patria, porque saben que es bandera de redención y de justicia, como lo fue a lo largo de toda nuestra historia de tradición y gloria.

Saben también, los que agotan su vida en el esfuerzo diario, que esta es su única oportunidad y no la dejarán pasar. Unidos y con mutua fe inquebrantable, ellos y nosotros marchamos hacia un futuro mejor. Nos unen iguales sentimientos y nos cohesionan idénticas aspiraciones de justicia social y de grandeza nacional.

Vosotros y nosotros unidos, somos invencibles.

JUAN DOMINGO PERÓN

domingo, 26 de marzo de 2023

Hace 78 años años Argentina le declaraba la guerra a Japón y Alemania.

 



PROCLAMA CON MOTIVO DE LA DECLARACIÓN DE GUERRA A JAPÓN Y ALEMANIA

Gral. Edelmiro J. Farrell 27 de Marzo de 1945 



AL PUEBLO DE LA REPÚBLICA:

EL 4 de junio de 1943, las fuerzas armadas de la Nación, fieles y celosos guardianes del honor y tradiciones de la Patria, en un grave momento de la vida institucional del país, asumieron la responsabilidad de asegurar el bienestar, los derechos y las libertades del pueblo argentino. Aceptaron la carga pública con desinterés, sólo inspirados en el bien y la prosperidad de la Patria, y así lo expresó el manifiesto de la Revolución.

La defensa de tales intereses impuso la abnegación de muchos y el sacrificio de otros. Desde los primeros momentos, el Gobierno de la Revolución, compenetrado de los problemas internacionales y de su repercusión en la vida de los argentinos, luchó por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir fielmente el mandato imperativo de su tradición histórica; y por hacer efectiva una absoluta, verdadera y leal unión y colaboración americana, y el cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales. Este programa fundamental, quedó, también, grabado en el manifiesto de la Revolución.

La guerra mundial, además de una lucha militar, adquiría el carácter de una violenta revolución político-social, sin precedentes en la historia de los pueblos. La libre determinación de los Estados pasó a depender más de los propósitos del agresor que de las normas de derecho que hasta entonces habían regido las relaciones internacionales. La neutralidad y, con ella, la vida, la economía y la tranquilidad de las Naciones, quedaron supeditadas a circunstancias ajenas a sus propios problemas.

Tan grande confusión mundial tuvo repercusión lógica en la vida de los argentinos; sobrevinieron en el orden nacional diversas cuestiones en lo político, en lo social y en lo económico, que el Gobierno de la Revolución buscó encauzar, serenamente, con el afianzamiento de la paz interior.

LA AGRESIÓN AL CONTINENTE AMERICANO Y LOS COMPROMISOS FIRMADOS POR LA ARGENTINA.

La guerra iniciada en Europa el 1º de septiembre de 1939, fue unánimemente reprobada por los veintiún Estados americanos.

La hermandad de las Repúblicas del continente había alcanzado, por primera vez, su expresión concreta en la Conferencia de Consolidación de la Paz, celebrada en Buenos Aires en 1936; la declaración de que “todo acto susceptible de perturbar la paz de América las afecta a todas y cada una de ellas”, fue haciéndose cada vez más substancial en las sucesivas reuniones panamericanas. En la declaración de Panamá, en 1939, las veintiuna Repúblicas americanas proclamaron, ya al resplandor de la guerra encendida en Europa y como una medida de protección continental, “sus derechos indiscutibles a conservar libres de todo acto hostil, por parte de cualquier nación beligerante no americana, las aguas adyacentes que consideran como de primordial interés y directa utilidad para sus relaciones”.

Operadas las nuevas agresiones, en abril y mayo de 1940, contra pacíficos Estados europeos, las Repúblicas americanas reunidas en La Habana, en julio de ese año, acordaron que “toda tentativa por parte de un Estado extracontinental contra la integridad, inviolabilidad territorial, soberanía e independencia política de un Estado americano será considerada como acto de agresión contra todos los Estados americanos”.

Los acontecimientos previstos por los acuerdos continentales mencionados sobrevinieron, desgraciadamente, el 7 de diciembre de 1941, en el ataque llevado a cabo por fuerzas del Japón contra la escuadra de los Estados Unidos de Norteamérica, en Pearl Harbor,

Fiel a los compromisos contraídos, la República Argentina declaró, casi simultáneamente con la agresión infligida a América, el concepto básico de su política solidaria. Rigió su posición con respecto a los Estados Unidos de Norteamérica, por los compromisos panamericanos contraídos sobre solidaridad, asistencia recíproca y cooperación defensiva, reconociendo a esa nación, por decreto de 9 de diciembre de 1941, los beneficios de país no beligerante. Esta determinación tuvo su expresión fiel en el despacho telegráfico dirigido por el primer magistrado de la Nación al Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, condenando la injustificada agresión y presentándole los votos amistosos del gobierno y pueblo argentino.

Nada podría ya modificar esa línea de conducta consagrada por la República. Era sobreentendido que se había impuesto el deber de concurrir a la defensa común del continente, en la medida y en la oportunidad que la circunstancias lo hiciesen necesario.

La agresión había llegado a América. Cada una de las naciones hermanas reaccionó con el mismo espíritu, dentro del marco soberano de sus instituciones propias. La nueva situación requería, sin embargo, una consulta especial de los ministros de Relaciones Exteriores americanos. Ésta tuvo efecto en Río de Janeiro, en el mes de enero de 1942. La República Argentina concurrió a ella animada de su inquebrantable espíritu de confraternidad americana. Fueron adoptadas medidas trascendentales para la protección del hemisferio occidental, tendientes a preservar la sobe­ranía y la integridad territorial de las Repúblicas ameri­canas, y un plan de solidaridad económica. El Gobierno ha cumplido íntegramente con las Recomendaciones y Re­soluciones que fueron acordadas en esa reunión, con la adopción de medidas que son del dominio público.

LA RUPTURA DE RELACIONES DIPLOMÁTICAS CON EL EJE.

En la resolución primera de la mencionada reunión de Río de Janeiro, se estipulaba que: “Las repúblicas americanas, siguiendo los procedimientos establecidos por sus propias leyes y dentro de la posición y circunstancias de cada país en el actual conflicto continental, recomiendan la ruptura de sus relaciones diplomáticas con el Japón, Alemania e Italia, por haber el primero de esos Estados agredido y los otros declarado la guerra a un país americano”.

El 26 de enero de 1944, el Gobierno decidió la ruptura de sus relaciones diplomáticas y consulares con los gobiernos de Alemania y del Japón, a raíz de comprobaciones sucesivas de actividades de espionaje y propaganda totalitaria, que comprometían el orden interno y significaban una amenaza para la seguridad militar y el bienestar de las demás Repúblicas del Continente, no siendo ajenas a esas actividades las propias misiones diplomáticas de esos dos Estados.

UNA NUEVA COMUNIDAD INTERNACIONAL.

Diferentes apreciaciones de factores de orden local, que gravitaron sobre la acción del Gobierno, tal vez por una visión a la distancia, indujeron a las Naciones Unidas a mantenerse en una actitud de expectativa con respecto a nuestro país. El Gobierno, reconfortado por la opinión solidaria de su pueblo, esperó, sereno, el término de esa situación. Sin embargo, no permanecían indiferentes a los acontecimientos que se precipitaban, en momentos trascendentales y definitivos para la humanidad. Las Naciones Unidas, asumiendo la responsabilidad más grande de todos los tiempos, se han impuesto la tarea de estructurar nuevas normas para la convivencia entre los pueblos. Se busca la forma de extirpar las guerras. Las veinte naciones hermanas del continente, en estado de guerra con el Eje, se reunieron en México para coordinar su aporte. Tuvieron en vista, en primer término, la felicidad de los pueblos de América, en base de la seguridad colectiva.

Los acuerdos de México tienen profundas raíces en la tradición histórica y jurídica de América. Sus principios, declaraciones y recomendaciones se identifican con las ideas de nuestros libertadores, precursores de la unidad espiri­tual del Continente.

En la Declaración comunicada al Gobierno argentino han resuelto:

“1º - Deplorar que la Nación Argentina no haya encontrado posible hasta ahora tomar las medidas que hubieran permitido su participación en la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, en cuyas conclusiones se consolida y extiende el principio de la solidaridad del hemisferio contra toda agresión.

2º - Reconocer que la unidad de los pueblos de América es indivisible y que la Nación Argentina es y ha sido siempre parte integrante de la unión de las repúblicas americanas.

3º - Formular sus votos por que la Nación Argentina pueda hallarse en condiciones de expresar su conformidad y adhesión a los principios y declaraciones que son fruto de la Conferencia de México, los cuales enriquecen el patrimonio jurídico y político del Continente y engrandecen el derecho público americano al cual, en tantas ocasiones, ha dado la Argentina contribución notable.

4º - Renovar la declaración de que, como se estableció en La Habana, se amplió y vigorizó en el “Acta de Chapultepec”, y se ha demostrado en la asociación de las Repúblicas Americanas, como miembros de las Naciones Unidas, la Conferencia considera que una completa solidaridad y una política común entre los Estados americanos, ante las amenazas o actos de agresión de cualquier Estado a un Estado americano, son esenciales para la seguridad y la paz del Continente.

5º - Declarar que la Conferencia espera que la Nación Argentina cooperará con las demás naciones americanas, identificándose con la política común que éstas persiguen y orientando la suya propia, hasta lograr su incorporación a las Naciones Unidas como signataria de la Declaración Conjunta formulada por ellas.

6º - Declarar que el Acta Final de la Conferencia queda abierta a la adhesión de la Nación Argentina, siempre de acuerdo con el criterio de esta resolución, y autorizar al Excmo. Sr. Lic. Ezequiel Padilla, Presidente de la Conferencia, para que comunique al Gobierno Argentino, por conducto de la Unión Panamericana, las resoluciones de esta Asamblea.”

La adhesión de la República a los referidos acuerdos internacionales significa solidarizarse con la acción de las demás Repúblicas hermanas del Continente, unidas contra Alemania y Japón.

La guerra del Pacífico es una lucha que afecta a los países americanos. La prolongación de esa guerra significa para el continente la continuación del esfuerzo bélico, con todos los perjuicios que para la economía, el bienestar y la tranquilidad de sus pueblos representa. Ante el juicio de la Historia, no es posible que algún día se reproche de egoísmo a la Argentina, porque tal sentimiento no tuvo jamás cabida en la tradición de su pueblo.

El Gobierno ha meditado cuidadosamente esa circunstancia y entiende que la República debe responder al llamado de sus hermanas de América, solidarizándose con ellas y con las Naciones Unidas, en su lucha contra el Eje.

Ciudadanos: Nuestro gran estadista Avellaneda, sintetizó cuál ha sido y debe ser siempre la conducta argentina, expresando: “Cualesquiera sean nuestras disensiones internas, la República no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los demás pueblos.”

Esta sentencia adquiere hoy todo el valor de su significado histórico. El Gobierno, al suscribir los documentos que lo unen a la acción de sus hermanas del Continente, y de las Naciones Unidas, entiende cumplir los deberes que la hora le impone, en resguardo de los intereses nacionales y en apoyo a la causa de la civilización a que pertenece.

Medite el pueblo argentino y acompañe esta actitud de solidaridad americana, refirmando su fe en los altos destinos de la Patria, al invocar a Dios, fuente de toda razón y justicia.

Hoy, como todas las horas graves de la República, al espíritu heroico ha de sumarse una ponderación de juicio, de tal magnitud, que nada desoriente la inteligencia, ni disminuya la calidad del sentimiento.

Todo el esfuerzo se encamina hacia la paz, la libertad y la justicia y al aceptarse la invitación a suscribir el acta final de la Conferencia de México, se confirma que: “Cada Estado es libre y soberano y ninguno podrá intervenir en los asuntos internos o externos de otros”.

GRAL. EDELMIRO J. FARRELL

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